Un guardavidas de San Isidro rescata refugiados en el Meditarráneo
Embarcado en la ONG española Open Arms, Federico Gómez ayuda a evitar muertes y naufragios. No es tarea fácil ante una ola migratoria que huye de Oriente Medio y Africa a Europa en barcos precarios. Arrastran historias de torturas, secuestros, humillaciones y muertes. Cruzar el mar como sea es la única esperanza de escapar del infierno.
La foto de Aylan Kurdi, el nene sirio de tres años ahogado en la playa turca de Bodrum nos heló la sangre. Esa imagen, de 2015, es el grito desesperado de auxilio que simboliza lo que el periodista Patrick Kingsley llama la nueva odisea. Miles de refugiados de Africa y Oriente Medio escapan del infierno por el Mediterráneo a Europa en embarcaciones precarias. En esas aguas día a día se están escribiendo los mayores naufragios de la historia. Porque muchos prefieren morir ahogados a permanecer en sus países.
La foto de Aylan dio la vuelta al mundo y también conmocionó al guardavidas argentino Federico Gómez (34), que trabajaba en una empresa de socorrismo y salvamento en las costas españolas. De ahí nació la ONG Proactiva Opens Arms, cuya misión es rescatar del mar a refugiados que intentan llegar a Europa huyendo de conflictos bélicos, persecución o pobreza.
El joven de San Isidro, radicado hace ocho años en Barcelona, cuenta que ya no podía seguir viendo esta crisis de refugiados desde afuera. Ni bien terminó la secundaria dedicó su vida al salvamento, por lo que sentía muchas ansías de participar en una misión.
Y por fin llegó el día de estar cara a cara con los refugiados. Desde la lancha de rescate vio su primera patera en el inmenso mar. “El momento es muy impactante. Los encontrás en un estado de salud lamentable, hay hasta embarazadas producto de violaciones. Pero lo más fuerte llega después cuando escuchás sus historias que son más espeluznantes que cualquier película de terror”, cuenta Federico.
Hecho el trasbordo, el Golfo Azzurro partirá rumbo a Sicilia donde será el desembarco de los refugiados. Hay dos días por delante y Federico no quiere perder de vista a Mohamed, un joven guineano de 31 años que escapó de Libia, envuelta en una sangrienta guerra civil con terrorismo de ISIS incluido.
Mohamed, que habla español, le relata su odisea: “En Libia todo es mafia. Vi morir a muchos amigos. Hay secuestros y si tu familia no tiene dinero para el rescate, por teléfono les hacen escuchar cómo te torturan hasta la muerte”.
Mohamed cruzó un desierto en camioneta hasta las costas de Trípoli, donde un mafioso a punta de pistola lo subió al barco que lo llevaría a Europa. “Hasta tomar un taxi es riesgoso, ya que el conductor te puede entregar a una organización mafiosa o a la policía, que no hay mucha diferencia entre ambos. Si sos negro y no hablás árabe no estás seguro en ningún rincón de Libia, sólo eres un billete que camina”.
Después del infierno, Mohamed sueña. “Soy fanático de Barcelona. Quiero ir a un estadio de futbol y ver jugar a mi ídolo Messi”, le dice a Federico.
Federico también interactúa en el barco con un grupo de jóvenes de 15 años de Eritrea (Africa), donde dicen vivir la dictadura más represora y violenta del planeta. A los 15 son obligados a sumarse al servicio militar para ir la guerra. “En mi país tengo una muerte segura. Escapar por mar a cualquier precio al menos es una posibilidad de llegar a Europa con vida”, coinciden.
“No quieren ir a Europa en busca de lujos. Sólo buscan un lugar seguro donde nadie los mate, los secuestre o los vendan como esclavos o prostitutas. Es increíble hasta dónde es capaz de llegar la miseria humana. Y como el mundo mira para otro lado frente a tanta gente pidiendo auxilio”, opina el guardavidas argentino.
Por unos momentos el horror queda a un costado. En el Golfo Azzurro los refugiados reciben comida, sonríen y agradecen. “Los hacemos sentir personas. En algunos casos nos pusimos a tocar la guitarra y terminamos cantando todos. Un gran momento en el que diferentes culturas se unen a través de la música. Esas situaciones resultan la mejor paga. Te llevas sonrisas que te van a quedar grabadas para toda la vida”, expresa Federico.
Al llegar a Sicilia viene la despedida y la incertidumbre de lo que está por venir se dibuja en los rostros de los rescatados. “En dos días compartís muchas cosas y te involucrás pero la zona de rescate nos espera otra vez”, explica.
Tipos de embarcaciones
Según lo que paguen, los refugiados tienen opciones para escapar del infierno. “Los que más pagan acceden a la parte de arriba de un barco de dos niveles que carga unas 800 personas. Abajo, los que menos pagan viajan hacinados respirando los gases del motor y muchos mueren asfixiados. Otras opciones: un barco de madera para 400 pasajeros amontonados o neumáticas de goma que apiñan unas 130 personas”, describe Federico.
¿Cómo es una misión?
Comienzan en un hospital con chequeos, vacunas y un equipo de psicólogos que nos prepara para lo que vamos a enfrentar. Cada uno tiene un psicólogo asignado que, por WhatsApp, te hace seguimiento. Socorristas, médicos, enfermeros, cocineros, un capitán, un periodista son sólo algunos del equipo que se embarca por 15 días en el Golfo Azzurro.
Hacia las costas de Trípoli, por ejemplo, hay un día y medio de navegación hasta la zona de rescate. Siempre en aguas internacionales fuera de las 12 millas de aguas libias. Desde un centro de coordinación en Roma pasan los “target”, que es la posición de las pateras; una vez ubicadas los socorristas bajan a las lanchas de rescate y se dirigen al lugar recibiendo coordenadas por radio.
“Nunca sabes con qué te vas a encontrar. Puede ser un barco de 800, 400 o 100 personas; o uno hundido lleno de cadáveres”, grafica Federico.
Y recuerda una anécdota con final triste. “En medio de un rescate teníamos el target, pero las horas pasaban y no localizábamos la patera. Mientras tanto, se acerca una embarcación con militares libios que saben cómo meter miedo y lo logran. Volvimos al barco y después nos enteramos por las noticias que la embarcación se había hundido. Murieron 127 personas”.
Desde su primera misión de salvataje Federico confiesa que ya no pude dejar este trabajo. “En mi actividad vi morir gente y he salvado vidas, pero esta experiencia tiene un sabor diferente porque estas salvando vidas que ya se daban por muertas”, resume.
“Desde lo profesional esta experiencia me aporta mucho porque el barco cada día te enseña algo para mejorar; aunque el mayor aporte está en la parte espiritual porque veo la vida con otros ojos y agradezco y valoro lo que tengo. Es tiempo de que el mundo sepa lo que pasa y de juzgar menos y ayudar más”, remata este héroe anónimo de San Isidro.